Lo que algún día fue un sentimiento de lo más hermoso, se arranca del pecho como queriendo salir con todo, como vino… se fue…; dejando a su paso el más fuerte dolor y un recuerdo del que no quiero acordarme pero, ¿sabes por qué recuerdo? Me acuerdo por este dolor tan grande que siento…
Es un día cualquiera, por la mañana el sol iluminó un hermoso cielo despejado en el medio de la ciudad y algunas nubes blancas en los costados, que con el reflejo del astro parecen bolas de algodón de azúcar, listas para ser suspiradas por el Dios del viento. Desperté intranquilo, como en este último tiempo, no he conciliado el sueño y las horas de la noche me parecen eternas, es que hay tanto en qué pensar, tantos buenos momentos en los que quiero soñar, se llena mi cabeza de recuerdos y te imagino hasta el amanecer. Me pongo de pie y lo siento, me quedo estático junto a la cama, creí que había ya desaparecido pero no; ahí estaba para recordarme, sé que se va a venir, tarde o temprano, pero vendrá. Respiré profundo e intenté llegar al baño. Lo sentí por primera vez aquel domingo, de niño, cuando caminaba de la mano de mi madre en la zona comercial; por entre sus piernas miré la vitrina de una librería, me llamó la atención un gran libro rojo, solté su mano y corrí a verlo; no sé cuánto tiempo estuve observando su gran pasta iluminada, a la distancia oí la voz de mi madre, pero ese brillo me sedujo más, era como un toro frente a la gran capa roja y brillante; al regresar a ver no la encontré, miré a un lado y al otro y nada, quise encontrar entre la multitud que caminaba a alguien, no sé a quién exactamente; traté de relajarme pero no pude, empecé a sentir el miedo, justo cuando supe que iba a venir, justo cuando empezó a romper el capullo, oí a mi madre llenar el espacio con mi nombre... respiré. En esa ocasión ni siquiera comenzó, pero no quise que se repitiera nunca. Ahí estaba, comenzando mi día, seguro de que hoy llegaría, no ingerí alimentos por la ingenua idea de que podría acelerar el proceso, en algún momento se me pasó por la cabeza declararme enfermo y no salir de casa, pero comprendí que si me quedaba era un suicidio, era como esperar a que llegara la muerte: sentarte en la cama y verla entrar por la puerta con su túnica negra, te mira a los ojos y sientes su alegría, se acerca y con su filosa cuchilla empieza su trabajo. Traté de alargar mi camino hasta el infinito, pero conforme pasaban los minutos sabía que estaba más cerca, segundo a segundo sentía cómo iban comenzando su trabajo. Traté todo, ningún oficio lograba sacarlas de mi mente y mi cuerpo, no sabía cómo detener el tiempo, intenté encontrar una solución, pero me fue imposible, miré el reloj más de cien veces e inquieto y exhausto regresé; me entregué en las manos del Dios del tiempo. Al llegar el atardecer, cuando el sol ya estaba detrás de la montaña sentí su primer movimiento brusco, sabía que comenzaba desde ese momento, caminé en circulo dentro de la sala, trataba de relajar mi cuerpo al máximo, me era difícil, regresé a la alcoba, me recosté boca arriba, probé quedarme quieto por algunos segundos, pero no; empecé a sentirlo más fuerte, busqué la ventana y me senté frente a ella a ver la ciudad, ver cómo se van prendiendo las calles me tranquilizaba; poco a poco interminables luces de mil colores iluminan la larga calle; decidí que ahí lo esperaría. Respiré, lo sientía venir, la primera ha roto su capullo y empieza a moverse, siento su cosquilleo, me preparo para lo que viene, sé que es inevitable, respiro profundo, mantengo el aire, mi piel empieza a hormiguear, en mis brazos la piel está de gallina, exhalo…, mis pies empiezan a temblar, siento otro capullo rompiéndose, no sé cuántas podrán ser, ya no es una la que se mueve dentro de mi, me pregunto cuánto podré resistir, respiro profundo, cierro los ojos, me preparo…; es ahí, justo cuando el tiempo empieza a ser eterno, justo cuando sientes que el miedo llega hasta el fondo de tu cuerpo, cuando sientes ese vacío; te dices: esto no será eterno… justo ahí, cuando empieza. Sus alas exigen más espacio, empiezan a moverse para reconocer su don de vuelo, el dolor empieza a ser intenso, una a una van rompiendo el capullo y se forman para salir, son miles y están hambrientas, las primeras ya están garabateando mis entrañas, empecé a sentir el dolor del desgarro, sudo frío, mis manos tiemblan y no tengo fuerzas para llegar a la cama, caigo en el suelo y me dispongo a soportar, sé que esto acabará pronto, sé que podré soportar. Empiezan los golpes, están buscando salir, una de ellas comienza a morder mi vientre, ha encontrado el punto de partida; empiezan a roer mi carne, todas a la vez buscan abrir un agujero en mi; ya estoy inconciente y sé que está por terminar, solo siento sus mordiscos en mi estómago lentamente, el dolor es más intenso y aletarga mi cuerpo, respiro con dificultad, estoy a punto de resignar, el dolor llega a su máximo nivel y me pierdo en el limbo, inconciente, siento el último mordisco reventando mi piel... Se terminó, el dolor acabó, miles de mariposas salen por mi estómago llenando el aire con su revoloteo, exhausto, en el suelo, miro cómo nublan la última gota de luz que llegó a mis ojos. Ellas llenan el cuarto, mientras yo suspiro entre sueños tu presencia, sonrío y recuerdo cuando ellas me acariciaban la piel y alegraban mi vida, cuando me llenaban de fe, susurraban tu nombre y perfilaban tu silueta, al contrario de estas últimas ocasiones. Hoy están aquí para acercarme a tu sonrisa y a tu mirada, para llenar tu espacio y recordarme que estoy solo. Al final, completamente cansado, resbalo mi cuerpo al catre y me dejo caer. Recuerdo tu nombre y te siento aquí. Otra vez empiezan las horas eternas de mi noche hasta el amanecer.
Es un día cualquiera, por la mañana el sol iluminó un hermoso cielo despejado en el medio de la ciudad y algunas nubes blancas en los costados, que con el reflejo del astro parecen bolas de algodón de azúcar, listas para ser suspiradas por el Dios del viento. Desperté intranquilo, como en este último tiempo, no he conciliado el sueño y las horas de la noche me parecen eternas, es que hay tanto en qué pensar, tantos buenos momentos en los que quiero soñar, se llena mi cabeza de recuerdos y te imagino hasta el amanecer. Me pongo de pie y lo siento, me quedo estático junto a la cama, creí que había ya desaparecido pero no; ahí estaba para recordarme, sé que se va a venir, tarde o temprano, pero vendrá. Respiré profundo e intenté llegar al baño. Lo sentí por primera vez aquel domingo, de niño, cuando caminaba de la mano de mi madre en la zona comercial; por entre sus piernas miré la vitrina de una librería, me llamó la atención un gran libro rojo, solté su mano y corrí a verlo; no sé cuánto tiempo estuve observando su gran pasta iluminada, a la distancia oí la voz de mi madre, pero ese brillo me sedujo más, era como un toro frente a la gran capa roja y brillante; al regresar a ver no la encontré, miré a un lado y al otro y nada, quise encontrar entre la multitud que caminaba a alguien, no sé a quién exactamente; traté de relajarme pero no pude, empecé a sentir el miedo, justo cuando supe que iba a venir, justo cuando empezó a romper el capullo, oí a mi madre llenar el espacio con mi nombre... respiré. En esa ocasión ni siquiera comenzó, pero no quise que se repitiera nunca. Ahí estaba, comenzando mi día, seguro de que hoy llegaría, no ingerí alimentos por la ingenua idea de que podría acelerar el proceso, en algún momento se me pasó por la cabeza declararme enfermo y no salir de casa, pero comprendí que si me quedaba era un suicidio, era como esperar a que llegara la muerte: sentarte en la cama y verla entrar por la puerta con su túnica negra, te mira a los ojos y sientes su alegría, se acerca y con su filosa cuchilla empieza su trabajo. Traté de alargar mi camino hasta el infinito, pero conforme pasaban los minutos sabía que estaba más cerca, segundo a segundo sentía cómo iban comenzando su trabajo. Traté todo, ningún oficio lograba sacarlas de mi mente y mi cuerpo, no sabía cómo detener el tiempo, intenté encontrar una solución, pero me fue imposible, miré el reloj más de cien veces e inquieto y exhausto regresé; me entregué en las manos del Dios del tiempo. Al llegar el atardecer, cuando el sol ya estaba detrás de la montaña sentí su primer movimiento brusco, sabía que comenzaba desde ese momento, caminé en circulo dentro de la sala, trataba de relajar mi cuerpo al máximo, me era difícil, regresé a la alcoba, me recosté boca arriba, probé quedarme quieto por algunos segundos, pero no; empecé a sentirlo más fuerte, busqué la ventana y me senté frente a ella a ver la ciudad, ver cómo se van prendiendo las calles me tranquilizaba; poco a poco interminables luces de mil colores iluminan la larga calle; decidí que ahí lo esperaría. Respiré, lo sientía venir, la primera ha roto su capullo y empieza a moverse, siento su cosquilleo, me preparo para lo que viene, sé que es inevitable, respiro profundo, mantengo el aire, mi piel empieza a hormiguear, en mis brazos la piel está de gallina, exhalo…, mis pies empiezan a temblar, siento otro capullo rompiéndose, no sé cuántas podrán ser, ya no es una la que se mueve dentro de mi, me pregunto cuánto podré resistir, respiro profundo, cierro los ojos, me preparo…; es ahí, justo cuando el tiempo empieza a ser eterno, justo cuando sientes que el miedo llega hasta el fondo de tu cuerpo, cuando sientes ese vacío; te dices: esto no será eterno… justo ahí, cuando empieza. Sus alas exigen más espacio, empiezan a moverse para reconocer su don de vuelo, el dolor empieza a ser intenso, una a una van rompiendo el capullo y se forman para salir, son miles y están hambrientas, las primeras ya están garabateando mis entrañas, empecé a sentir el dolor del desgarro, sudo frío, mis manos tiemblan y no tengo fuerzas para llegar a la cama, caigo en el suelo y me dispongo a soportar, sé que esto acabará pronto, sé que podré soportar. Empiezan los golpes, están buscando salir, una de ellas comienza a morder mi vientre, ha encontrado el punto de partida; empiezan a roer mi carne, todas a la vez buscan abrir un agujero en mi; ya estoy inconciente y sé que está por terminar, solo siento sus mordiscos en mi estómago lentamente, el dolor es más intenso y aletarga mi cuerpo, respiro con dificultad, estoy a punto de resignar, el dolor llega a su máximo nivel y me pierdo en el limbo, inconciente, siento el último mordisco reventando mi piel... Se terminó, el dolor acabó, miles de mariposas salen por mi estómago llenando el aire con su revoloteo, exhausto, en el suelo, miro cómo nublan la última gota de luz que llegó a mis ojos. Ellas llenan el cuarto, mientras yo suspiro entre sueños tu presencia, sonrío y recuerdo cuando ellas me acariciaban la piel y alegraban mi vida, cuando me llenaban de fe, susurraban tu nombre y perfilaban tu silueta, al contrario de estas últimas ocasiones. Hoy están aquí para acercarme a tu sonrisa y a tu mirada, para llenar tu espacio y recordarme que estoy solo. Al final, completamente cansado, resbalo mi cuerpo al catre y me dejo caer. Recuerdo tu nombre y te siento aquí. Otra vez empiezan las horas eternas de mi noche hasta el amanecer.
1 comment:
muy intrigante... el amor es asi como unas mariposas que te comen x dentro, sientes agonizar tu corazon.. en realidad nunca sabes si te amaron o si amaste para merecer esto...
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