Lo veo tos los días;
Me cuesta creer que ya han pasado los años en los que su tenacidad, fuerza de
carácter y alegría eran dignos de mi admiración; Características que aún se
mantienen vivas, aunque escondidas en un baúl que la experiencia no deja
abierto.
Comienza su día antes
del a seis, sale de su casa, cruza la calle con paso apresurado y empieza su
calentamiento en medio de la cancha de baloncesto. Alto, de cuerpo delgado y
atlético; Nunca deja sus gafas de sol, objeto que adopto como parte de él
cuando empezó a mirar sin vidrios en los ojos; Tal vez sea la costumbre la que
le obliga a sentir y necesitar ese peso en el tabique. Su pelo rizado, siempre
está debajo de un pañuelo azul; el que le ayuda a soportar el frio de la ciudad
en la mañana. Como buen geminiano se advierte su genio cambiante en el ceño
fruncido mientras estira y la rápida risa con chispas de coquetería que le
sacan las chicas que ya están corriendo en el parque; Aunque la tenue luz de la
hora no permita distinguir sus rostros.
Me pregunto ¿Por qué?
O ¿Qué Es lo que hizo que hoy ya no tenga esa picardía en su mirada?; Eso que
lo delataba como un alma buena, como un inocente niño de pueblo llegado a la
ciudad en busca de mejores días, de cumplir su sueños. Deben ser las cosas
malas que van marcando la vida; esas cosas que le hicieron llorar, esas
inevitables tragedias con las que Dios enseña y castiga. Pero esas cosas serán
letras de otro cuento.
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